Difícil momento de Brasil, entre otras democracias latinoamericanas: la corrupción de sus líderes provoca hartazgo en muchos. El ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, escribió en su blog personal acerca de los sucesivos casos de corrupción en integrantes de la coalición gobernante. Es cierto que Dilma Rousseff nada tiene que ver con los sucesos pero enfrenta difíciles decisiones.
Da vuelta y revuelve y el tema de la corrupción se hace presente en el momento justo. Ahora mismo no se habla de otra cosa. Desde el “mensalão”, (N. de la R.: escándalo del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en 2005. En portugués, el nombre "mensalão", popularizado por el diputado brasileño Roberto Jefferson en la entrevista que dio resonancia al escándalo, es el aumentativo de la palabra en ese idioma para "mensualidad", usada para referirse a un supuesto soborno pagado a varios diputados para que votaran a favor de los proyectos de interés del Poder Ejecutivo), con la permisividad del propio Presidente de ese momento, la ola de abusos y las redes de complicidad aumentan.
Menos interesa, a esta altura de los hechos, saber si hubo corrupción en otros gobiernos. Delitos siempre hubo. La diferencia es que, hace algunos años, cambió de nivel con la señal de perdón frente a cada caso denunciado.
“No es tan grave”, o entonces “fue cosa de delirantes”, o se trataría del dinero para pagar cuentas de la campaña electoral “solamente”. Con esta poca rigidez se entiende que personas o sectores de los partidos políticos que apoyan al gobierno se sientan más cómodos para entonar el cántico del 'tomá de acá y dalé de allá'. Ahora, cuando la Presidente reaccionó ante algunos de esos abusos (y, de nuevo, importa poco insistir en que la reacción vino más vale tarde que nunca) las personas serias, inclusive en el Parlamento, buscan disociarse de las redes de corrupción. El país se cansó del robo de lo público. Es necesario buscar los medios para corregir los abusos. No basta que la Policía Federal investigue, si de eso no surgen acciones en los tribunales. ¿Dónde están los fiscales –tan activos en el pasado– para profundizar las denuncias? ¿Por qué temer a la recolección de firmas para la formación de una CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación)? Claro, para que esa CPI resulte creíble no deberá nacer con el sello del anti-gobierno y sí a favor de Brasil, entre otras cuestiones porque, con mayoría avasalladora, el gobierno puede controlar las CPIs, convirtiéndose en certificados de buena conducta para los acusados. Pero no basta con denunciar, desvincular, arrestar. Es necesario buscar convergencias a favor de la decencia en la cosa pública. Se deben ir cerrando los canales que facilitan la corrupción. Se puede reducir drásticamente, por ejemplo, el número de personas nombradas para el ejercicio de las funciones públicas que no pertenezcan a los funcionarios de carrera en la Unión, los famosos DAS. ¿Por qué no proponer en el Congreso algo en esta dirección? Eso no terminaría con la corrupción, que puede estar en manos de funcionarios, empresarios o dirigentes deshonestos. Pero, por lo menos, resguardaría a los partidos y al Congreso del olor a putrefacción que la sociedad no aguanta más y atribuye solo a ellos y a sus apadrinados los daños del Ejecutivo.
FERNANDO HENRIQUE CARDOSO
No hay comentarios:
Publicar un comentario