La calificadora de riesgo Moody’s pasó de estables a negativas las perspectivas de las bondades del sistema financiero argentino, que está sujeto a los desequilibrios macroeconómicos del “modelo competitivo de matriz diversificada”, aludiendo al aumento del gasto público y de la expansión monetaria. La economía argentina es hoy, sin duda, la más sobrecalentada del mundo y arrastra un déficit fiscal cubierto por el BCRA con reservas y adelantos transitorios mediante la ANSES y el Banco Nación. Esta situación tiende a ser considerada como insostenible en el exterior, incluso para el corto plazo, si tenemos en cuenta que las AFJP se estatizaron en el 2008 y el uso de reservas del BCRA se puso en práctica en el 2010/11. Se trata, entonces, de un proceso que lleva su tiempo y al que la baja en la calificación de Moody’s le pone un plazo final, que es de 12 a 18 meses. Hoy el gobierno tiene posibilidades de incidir en la política financiera desdoblando la plaza cambiaria o recurriendo de algún modo a las ganancias de los bancos a través de un bono compulsivo que no afecte los depósitos del público. Cualquier cosa menos un corralito, que ya se sabe cómo termina.
La delgada línea roja
Esta rebaja de la calificación motivó una dura respuesta de los bancos argentinos nucleados en ADEBA y de los extranjeros reunidos en ABA, así como de altos funcionarios del gobierno y hasta de algunos economistas opositores, que descalificaron, valga la redundancia, a esta calificadora de riesgo. Todos ellos intentan imitar la reacción de Barack Obama cuanto Standard& Poors le bajó recientemente la calificación a la deuda americana. Pero no hace falta comentar que las diferencias con nuestro “modelo” son muy grandes, por lo cual no se pueden comparar. El caso es que estas señales le ponen una luz amarilla o roja al modelo económico nacional, fijándole un plazo de vencimiento.
Llama la atención que la oposición no mencionara la vulnerabilidad de nuestra economía en la campaña para las primarias, ni tampoco lo haga ahora. Este silencio forma parte del déficit opositor, pero aún se está a tiempo para octubre de decir que esta “fiesta del consumo” para la mitad de la población sería insostenible dentro de 12 meses a partir de la asunción casi segura del cristinismo el 10 de diciembre próximo. Este panorama pone a la primavera del 2012 como una línea roja para el autodenominado “modelo”. Siempre y cuando, claro está, no se hagan antes cambios importantes. La presidente, asumiendo el voto popular como consagración de su infalibilidad, dijo que no hay nada que cambiar. Así tenemos entonces que suponer que en la Casa Rosada se preparan para aguantar la cotización del dólar y las tarifas de servicios públicos congeladas.
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